En una foto de mediados de los años 1940, un automóvil de formas curvas, aerodinámicas, cruza un umbral de aspecto vetusto. Al fondo, bañada por la luz de la mañana y tamizada por el follaje de los árboles, una edificación moderna revela sus formas limpias. Una mirada atenta a sus fachadas muestra, no obstante, una composición poco ortodoxa y un vocabulario arquitectónico muy singular: dos alas dispuestas en ángulo, ojos de buey, y aún más notable, balcones de madera articulados al volumen. El reverso de la foto es igualmente revelador. Una referencia bilingüe del edificio indicaba: “El Hotel Ávila, situado en la Urbanización San Bernardino en Caracas, es uno de los varios hoteles excelentes de la capital, preferidos por los turistas”. Más abajo, un sello hace un sutil recordatorio: “Agradecemos que al hacer uso de esta foto se mencione que es cortesía de Creole Petroleum Corporation –Please credit Creole–”.
Como imagen, pieza de archivo y al mismo tiempo retrato de una obra, esta fotografía revela una intrincada red de relaciones. El Hotel Ávila, el primer hotel moderno de Venezuela, había sido diseñado por la oficina Harrison & Fouilhoux de Nueva York para Nelson Rockefeller, importante empresario y político norteamericano. Su lenguaje híbrido y sui géneris era una clara metáfora de la doble nacionalidad de la obra, estadounidense y venezolana. Un presunto estilo local, tradicional, y una suerte de modernismo internacional, ecléctico, estaban sintetizados en el edificio (Fig. 1).
La apertura del país a las corrientes turísticas pronto estimularía el desarrollo de una infraestructura receptiva y una red de equipamiento arquitectónico bajo estándares internacionales. El incipiente desarrollo del turismo local en Venezuela a comienzos del siglo XX, será sucedido por una ola modernizadora con el paso de los años. Luego de la inauguración del Hotel Ávila en 1942 vendrán otros hoteles de mayor envergadura. Estos desarrollos, unidos a aspectos estructurales y circunstanciales, colocarán a Venezuela en el mapa de destinos turísticos y de negocios. De manera similar, el aprovechamiento del tiempo libre sufrirá modificaciones al traducirse en actividades tanto a cielo abierto como bajo techo, de naturaleza deportiva, recreacional e incluso cultural. Amén de clubes de yate y golf, Venezuela contará con un moderno hipódromo, así como con parques y estadios. Después de todo, como menciona Judith Ewell en su estudio sobre la relación Estados Unidos-Venezuela, los venezolanos estudiaban en prestigiosas universidades de Norteamérica y preferían jugar béisbol antes que fútbol.
Algunas notas iniciales: la fruición y su consolidación en tiempo y espacio
El ocio, la recreación y el turismo no son temas de reciente factura. El baño de mar durante el siglo XVIII marca de hecho el origen de una actividad eminentemente social, vinculada al ocio y la medicina. En todo caso, la industria del turismo sólo habría de irrumpir de manera decidida a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y subyacente a este proceso se hallaría la tecnología, sobre todo vinculada al transporte [1]. A los viajes por reposo o curación y por indagación cultural o científica, se sumarán los de negocios, así como la búsqueda del placer y de paisajes “diferentes”.
En el caso de Estados Unidos, el desarrollo de la industria del turismo vendría de la mano de la imponencia de sus escenarios naturales, una legislación protectora del patrimonio natural y el advenimiento de tecnología de transporte. Con la declaración en 1864 de Yellowstone como primer Parque Nacional en Estados Unidos, se dejaba abierta la puerta para la consolidación de un sistema territorial fundamentado en el ocio, la recreación y el turismo. A la red de trenes de pasajeros, en parte popularizada por el desarrollo del confortable vagón Pullman de 1864 –suerte de coche-cama ferroviario–, se uniría una creciente red de posadas. La literatura y la pintura, por su parte, alimentaban y retroalimentaban gradualmente el imaginario colectivo estadounidense de una naturaleza virgen, vasta e imponente (Fig. 2).
En Venezuela, por otra parte, un extenso litoral enfrentado al Mar Caribe y una ubicación continental clave, al Norte de la América del Sur, han marcado en buena medida su historia y la configuración de su cultura. Sin duda ventajosa durante la Colonia, en términos defensivos y comerciales, esta ubicación seguirá siendo tan atractiva como estratégica luego de la Independencia. No es consecuencia de la casualidad que Thomas Ustick Walter, arquitecto norteamericano que ganaría fama a mediados del siglo XIX con la ampliación del Capitolio en Washington (1851-1859) y el diseño y construcción de su cúpula (1855-1863), haya sido llamado para encargarse de la ampliación del Puerto de La Guaira en 1843. No obstante, no será sino hasta 1882, cuando una actividad stricto sensu turística dé sus primeros pasos en el litoral venezolano, específicamente en Macuto (Fig. 3).
El boom en ciernes: cambio de señas y el petróleo dentro de la jugada
La influencia francesa se impondría luego de la colonia, y habría de persistir por algún tiempo. El ecléctico Hotel Miramar en Macuto (diseñado por el arquitecto Alejandro Chataing e inaugurado en 1928), será seguido por el Hotel Jardín en Maracay (1929-1930, obra beauxartiana de Carlos Raúl Villanueva), el Hotel Majestic en Caracas (1925-1930, concluido por el arquitecto Manuel Mujica Millán), así como por el Hotel Rancho Grande (1933-1935, obra sin inaugurar, del ingeniero André Potel), el cual se encontraba a medio camino entre Maracay y Turiamo, y formaba parte de un sistema de naturaleza turístico-económica emprendido por Juan Vicente Gómez. Mientras, en Estados Unidos, un área de Brooklyn (Nueva York), conocida como Coney Island, comienza a perfilarse gradualmente como destino turístico desde mediados del siglo XIX, seguido por Miami Beach (con un desarrollo hotelero considerable), Southern California (con un gran despliegue de mercadeo inmobiliario) y Hawai (con sus atractivos naturales), durante los años 1920 y 1930 (Fig. 4).
La doble nacionalidad: el Hotel Ávila [2]
En agosto de 1942 el Hotel Ávila fue inaugurado en Caracas. Concluido en 1941 y diseñado por Harrison & Fouilhoux, este hotel de 78 habitaciones vino a llenar un importante vacío en términos de hospedaje y turismo, no sólo en Caracas sino en Venezuela. A pesar de todo el dinero que ingresaba al país como consecuencia de la explotación petrolera, la capital venezolana carecía de un hotel moderno. La única edificación relativamente grande que proveía alojamiento en Caracas para esa época era el Hotel Majestic, cuyo estilo era más cercano al siglo XIX que a la vanguardia moderna. Esta falta de equipamiento e infraestructura turística en Venezuela se agravaba por las rígidas demandas que los inversionistas extranjeros usualmente imponían: la construcción de casinos como condición para edificar cualquier hotel.
Harrison y Fouilhoux era una oficina neoyorquina fundada en 1935 por Wallace Harrison y Jacques-André Fouilhoux. Para la fecha tenían en su haber más de una veintena de importantes obras, entre las cuales se incluía el Edificio Temático de la Feria Mundial de Nueva York (1939), amén de varias edificaciones en el Rockefeller Center (en conjunto con otras firmas). Harrison –quien por cierto sería Coordinador del proyecto para la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York en 1947– tenía una relación laboral cercana con la figura clave detrás del Hotel Ávila, y de quien, de hecho, había recibido el encargo: Nelson Aldrich Rockefeller (1908-1979).
El interés de Rockefeller en Latinoamérica, y en particular por Venezuela, quedaría de alguna manera plasmado en el hotel. Cual metáfora de “doble nacionalidad” o incluso como símbolo de buena voluntad y relación bilateral, la edificación mostraba una combinación de volúmenes racionales con referencias locales tradicionales. Con un lenguaje híbrido, su fachada principal integraba paredes frisadas y ojos de buey, con balcones de madera y cubiertas de teja. Una comisión especial que había visitado Venezuela en agosto de 1939 –justo un mes antes del estallido de la Guerra en Europa– para estudiar la viabilidad del proyecto y una posible ubicación, había de hecho recomendado el estilo Hispano-colonial como “el tipo más seguro de arquitectura para el hotel” [3] (Fig. 5).
La edificación fue finalmente ubicada en San Bernardino, un nuevo suburbio que respondía a la migración de la clase media y alta hacia el Este (a diferencia del Majestic, localizado en el viejo centro). El proceso constructivo del hotel y la gerencia de obra, por su parte, seguirían estándares norteamericanos de financiamiento. El edificio era el primer hotel moderno de Venezuela, no sólo por su morfología, sino también por su ubicación y su gerencia de obra innovadora [4].
El boom: década de 1950
En cuestión de pocos años el turismo sería indetenible. La publicidad promoviendo viajes a los Estados Unidos, anunciando nuevas rutas aéreas –sobre todo entre Caracas, Nueva York y Miami– e inclusive hoteles en Nueva York, sería cada vez más común en los periódicos venezolanos de los años 1950 (Fig. 6). En medio de tal efervescencia, todo parecía apuntar a la modernización de la infraestructura aeroportuaria; y así fue. En agosto de 1942 el Ejecutivo contrata con la Pan American World Airways (Pan Am) la construcción de dos aeropuertos para el servicio internacional: Maiquetía y Maturín. Ambos estarían a cargo del arquitecto venezolano Luis Malaussena. El primero de éstos se inauguraría en 1945.
El turismo había entrado en una fase mucho más madura y expansiva, con altos estándares, y Estados Unidos se encontraba a la cabeza. Al Norte del Río Grande, una nueva y pujante red hotelera, creada en 1952 y conocida como Holiday Inn –en buena medida responsable por la estandarización del confort en lo que a alojamiento se refiere–, se desplegará de manera coordinada con el igualmente naciente Sistema Interestatal de Autopistas, impulsado por el presidente Dwight D. Eisenhower. De igual forma, y como parte de este auge, Estados Unidos acogerá con especial interés su representación arquitectónica más allá de sus fronteras. No es consecuencia de la casualidad que el turismo –en particular los hoteles de escala internacional– y las embajadas de Estados Unidos alrededor del mundo hayan sido los temas favoritos de las publicaciones especializadas en arquitectura, tales como Architectural Record y Architectural Forum, durante la década de 1950. Impulsada por el Departamento de Estado, la arquitectura consular de Estados Unidos estaba sufriendo una evolución gradual, partiendo de un clasicismo grandilocuente (entre finales del siglo XIX y comienzos del XX), pasando por un Racionalismo (característico de las primeras cuatro décadas del siglo XX) hasta llegar a un lenguaje híbrido (iniciado en los años 1950) que combinaba nuevas tecnologías con repertorio estilístico local. Esta suerte de regionalismo arquitectónico, en este sentido, había sido precedido en casi quince años por el experimento pionero binacional del Hotel Ávila en Caracas [5] (Fig. 5).
Paralelamente, la Corporación InterContinental, subsidiaria de Pan Am, había tomado en 1954 la administración de cuatro hoteles sudamericanos. De estos cuatro hoteles, los más grandes eran el Tequendama en Bogotá y el Tamanaco en Caracas, con 400 habitaciones cada uno. Inaugurado en diciembre de 1953 –a un costo de 7,5 millones de dólares–, el Hotel Tamanaco había sido creado para atender la demanda de alojamiento de ejecutivos y gerentes de la industria petrolera [6].
Luego del Hotel Ávila, la inversión turística de mayor peso fue sin duda el Tamanaco. Ubicado en las Mercedes, había sido diseñado por la oficina de Chicago Holabird, Root & Burgee [7] con el arquitecto venezolano Gustavo Guinand. La construcción había estado a cargo de la Oficina Técnica Gutiérrez (una firma fundada en 1942, con sede en Caracas y una sucursal en Nueva York), bajo la dirección técnica del ingeniero Raúl Henríquez Asprino, quien también había sido responsable ante los entes locales. Reconociendo su importancia, la edición de enero de 1955 de la revista Architectural Forum incluía al Tamanaco en un reportaje sobre “nuevos mercados”. En éste el Tamanaco compartía escena con otros hoteles de renombre internacional, tales como el Havana Hilton de Welton Becket, el Estambul Hilton de Skidmore, Owings & Merrill, el Savoy Plaza en Beirut de Edward D. Stone y el Tequendama, también de Holabird, Root & Burgee.
Sin embargo, la inversión hotelera no pararía ahí. En 1959 un prominente arquitecto de Houston, de nombre Karl Kamrath, hizo un recorrido por varios países, incluyendo Ecuador, Guatemala y Venezuela. Sus bosquejos de viaje recogían la arquitectura tradicional latinoamericana, con excepción de Venezuela; aquí quedó impresionado por la arquitectura moderna. Uno de sus sketches mostraba un teleférico y un edificio cilíndrico sobresaliendo de un paisaje exuberante; era el Hotel Humboldt. Concluido en 1956, la edificación formaba parte de un sistema de terminales y estaciones de teleférico a través del Parque Nacional El Ávila (declarado en 1958) que comunicaba la ciudad capital con el Litoral Central. Ubicado a más de dos mil metros de altura, el hotel significaba una verdadera proeza constructiva. El diseño había estado a cargo del arquitecto Tomás José Sanabria, egresado de la Universidad de Harvard en 1947 (Figs. 7 y 8).
La gran demanda de alojamiento, sobre todo para permanencias más prolongadas, sería incluso complementada con el sistema de apartoteles. En esta oferta se destaca el Hotel Residencias Montserrat en Altamira (construido entre 1950 y 1953), con su inconfundible fachada que alternaba vacíos y “llenos” de muro calado, del arquitecto neoyorquino Roger Halle y el arquitecto Emile Vestuti, pertenecientes a una firma local formada por los arquitectos Carlos Guinand y Moisés Benacerraf, quienes venían de Harvard y la Universidad de Yale respectivamente. Pocos años después, en 1957, se concluyen las obras de las Residencias La Hacienda, un conjunto de cinco edificaciones, con 120 apartamentos y 22 locales comerciales en planta baja, diseñado por el arquitecto Diego Carbonell (egresado del MIT) para las compañías petroleras, con la finalidad de aliviar la demanda de alojamiento del Hotel Tamanaco –ubicado a tan sólo 200 metros de ahí–.
Entre clubes, campos, pistas y estadios: de todo y para todos
El boom de los años 1950 también incluía la transformación de grandes extensiones de tierra y el diseño de equipamiento urbano-arquitectónico destinado a la recreación y el deporte. En 1956, luego de una ardua negociación para adquirir los terrenos que una vez le pertenecieron a Eleazar López Contreras, se funda la Urbanizadora La Lagunita. El objetivo de la urbanizadora era muy específico: planificar y construir La Lagunita Country Club. Para ello contacta a Roberto Burle Marx, reconocido artista plástico brasileño que se encargará del paisajismo de la urbanización, con el apoyo del botánico Leandro Aristiguieta, mientras que el diseñador Dick Wilson, recomendado por la Asociación de Golfistas Profesionales de Estados Unidos (PGA), estará a cargo del diseño del club. Aún incompleto, el club abrirá sus puertas en 1959; cuatro años más tarde inaugurará su edificación principal.
Sin embargo, la historia del golf en nuestro país no estaba anclada a los años 1950; en realidad se remonta a 1917, cuando un grupo de locales y extranjeros aficionados a este deporte, decidieron asociarse para crear el Caracas Golf Club, el cual se conocerá, a partir de 1923, como Caracas Country Club. Luego de mudarse a los terrenos de la Hacienda Blandín en 1928, la asociación le encarga a la firma Olmsted Brothers, junto al arquitecto Charles H. Banks, el diseño del urbanismo y el campo de golf, mientras que el diseño de la Casa Club, de marcado estilo neohispano, estará a cargo de Clifford Charles Wendehack (arquitecto con una trayectoria consolidada en Estados Unidos en el diseño de equipamiento para clubes de golf), junto al arquitecto local Carlos Guinand Sandoz (1930). La década siguiente, marcada por un incipiente crecimiento hacia el Sureste de la ciudad, verá surgir el Valle Arriba Golf Club. En 1942 John R. Van Kleek (el primer egresado de la Universidad de Cornell con especialización en campos de golf –1913– y con una dilatada práctica profesional en el estado de Florida) recibirá el encargo de diseñar tanto el club como la urbanización, mientras que la Casa Club vendrá siete años después de la mano de Wendehack. Finalmente, para aquellos que querían combinar la práctica del golf con la amenidad de la vida litoral, estaba el Caraballeda Golf & Yacht Club en el Litoral Central, aproximadamente a una hora de Caracas. Sus campos serán diseñados por Van Kleek en 1951, mientras que su Casa Club será objeto de una propuesta elaborada por Donald E. Hatch (1953), un arquitecto con oficinas en Nueva York y Caracas.
También se consolidaron y crearon otros clubes destinados a la práctica de otras disciplinas y a la recreación en general, tales como el Altamira Tennis Club (1946), el Caracas Sports Club (1951), el Centro Asturiano (1954), el Club Táchira (1957, reconocible por su paraboloide hiperbólico) y la Hermandad Gallega (1960), así como Ciudad Balneario Higuerote, a dos horas de Caracas, cuya estética sui generis estuvo influenciada por las revistas norteamericanas de arquitectura. De igual forma, la YMCA multiplicaría las actividades que había comenzado en la década anterior, mientras la Asociación de Scouts de Venezuela –si bien databa de 1913– adoptaría su forma definitiva en 1958.
El hipismo también se consolidó como práctica recreativa y –por qué no– deportiva. Desde 1908, cuando se inaugura el Hipódromo de El Paraíso –coincidente con el desarrollo de la urbanización–, el número de seguidores del deporte equino en Caracas venía en aumento. Es así que para 1953 se comienzan las gestiones para la construcción de uno nuevo: el Hipódromo La Rinconada. El proyecto recae en Arthur B. Froehlich –arquitecto experto en hipódromos–, con el ingeniero Henry Layne, quienes proponen tres tribunas caracterizadas por sus techos de bóvedas invertidas con un marcado voladizo, bajos los cuales se distribuirán 12.500 butacas. Aquí los aficionados podían, amén de apostar –claro está–, disfrutar de los cafetines y comedores que les ofrecía La Rinconada, mientras atestiguaban las carreras “válidas” que se llevaban a cabo todos los domingos en la tarde con devota –y casi religiosa– eficiencia.
No obstante, el deporte que cautivará a todos los venezolanos por igual –y moldeará gradualmente su cultura– será definitivamente el béisbol. Al igual que el golf y el hipismo, el béisbol en Venezuela ha tenido una dilatada historia. Surge en 1895 en los terrenos de la estación del Ferrocarril Central de Caracas, donde jugaba el primer equipo, el Caracas BBC, formado por jóvenes venezolanos que habían estudiado en Estados Unidos y tres cubanos que residían en el país. Pronto se multiplicarían tanto los equipos como los terrenos de juego. En medio de un creciente interés por el deporte se crea en 1927 la Federación Venezolana de Béisbol, y poco tiempo después, en 1941, la fanaticada celebraría con orgullo la primera victoria internacional de la selección venezolana al titularse Campeones de la Serie Mundial del Béisbol Amateur.
Para el deleite de la afición norteamericana, Venezuela comienza la exportación de sus valores con el lanzador Alejandro “Patón” Carrasquel, quien jugará con los Senadores de Washington en 1939. Desde ese entonces hasta el día de hoy, más de 360 jugadores venezolanos han participado en las Grandes Ligas. La lista quedaría incompleta sin Luis Aparicio, el único venezolano elevado al Salón de la Fama del Béisbol (Nueva York, 1984), con varios records en su haber, y acreedor en 1992 de la Mención “Margot Boulton de Bottome”, conferida por el Centro Venezolano Americano (CVA) (Fig. 9).
A pesar del creciente interés de la fanaticada, Venezuela aún no contaba para la década de 1940 con una instalación deportiva de envergadura. Sólo será en medio de esta euforia constructiva y modernizadora de los cincuenta que se construye el Estadio Olímpico y el Estadio de Béisbol (1949-50), conocido como el Universitario, precisamente por formar parte del nuevo conjunto de la Ciudad Universitaria, proyecto del equipo del arquitecto Carlos Raúl Villanueva que también incluirá al Aula Magna (1953).
Tras la estela del boom: el espectáculo continúa
Luego de la coronación de Susana Duijm como Miss Mundo en 1955, se inauguraría una nueva tradición en el país, no sólo en términos culturales, sino de espectáculos. El CVA, por su parte, se encargará de difundir el Jazz a partir de los años sesenta. Aún en materia de espectáculos, el Nuevo Circo de Caracas, la única obra de envergadura para espectáculos con la que habían contado los caraqueños desde 1919, será finalmente sustituida por el Poliedro de Caracas, obra del arquitecto venezolano James Alcock, siguiendo el sistema de domo geodésico patentado por el ingeniero norteamericano Buckminster Fuller en la década de 1950. El 26 marzo de 1974 el Poliedro es inaugurado con un espectáculo boxístico, por el Campeonato Mundial de los Pesos Pesados, en el que se enfrentaron George Foreman y Ken Norton (Fig. 10).
Por otra parte, la oferta de espacios públicos de esparcimiento aumentará sensiblemente. El Parque Los Caobos, el Parque Zoológico El Pinar y el Jardín Botánico, que habían abierto en 1920, 1945 y 1958 respectivamente, serán ahora complementados con el Parque del Este, inaugurado en 1961, obra de Burle Marx, asociado con Fernando Tábora y John Stoddart. Luego vendrá el Parque Zoologíco de Caricuao en 1977, así como el Parque del Oeste en 1983, cuyo Plan Maestro estuvo en manos del arquitecto Gregory White. Ese mismo año, complementando la oferta del Aula Magna, se inaugura el Teatro Teresa Carreño, uno de los más grandes de Latinoamérica, obra de los arquitectos Jesús Sandoval, Tomás Lugo y Dietrich Künckel, con la asesoría acústica y mecánica de Bolt Beranek y Newman (Cambridge, Massachusetts), y George C. lzenour Asociados (New Haven, Connecticut), respectivamente.
Por último, en la década de 1990, para captar y desarrollar el joven talento local, 20 equipos de las Grandes Ligas de Béisbol abrieron academias de entrenamiento en Venezuela. Este semillero, que significó para muchos de nuestros jóvenes un camino de formación personal y bienestar para toda su familia, lamentablemente ha venido desapareciendo en los últimos años; la mayoría ha cerrado sus puertas y se han mudado a República Dominicana. Hoy sólo quedan cuatro equipos en nuestro país: los Cachorros de Chicago, los Rays de Tampa Bay, los Tigres de Detroit y los Phillies de Filadelfia.
Al cierre de esta breve historia, con altos y bajos, vale la pena resaltar algunos puntos. Los vínculos entre Venezuela y Estados Unidos no comenzaron con el Hotel Ávila. Las relaciones bilaterales entre ambos países en materia de ocio, recreación y turismo han escrito una historia de casi 200 años. Esta relación estructural, garantizada por la ubicación estratégica de nuestro país y su cercanía a Estados Unidos, ha sido reformulada en dos ocasiones, a comienzos y a mediados del siglo XX, fruto de coyunturas económicas y geopolíticas particulares. Sin embargo, esta relación de larga duración histórica –renovada cada cierto tiempo–, no se circunscribe únicamente al ámbito geográfico o económico; los vínculos culturales y de buena voluntad entre ambos países, practicados a través del uso lúdico del tiempo libre y el turismo, han fungido como catalizadores arquitectónicos y urbanos, y han moldeado definitivamente tanto nuestro cotidiano como nuestro imaginario colectivo.
[1] Entendiendo por turismo toda actividad que implique viaje y estancia o pernocta (con fines ya sea de ocio, recreación, aprendizaje, intercambio cultural, salud y negocio) en un lugar distinto al de residencia habitual, a diferencia de la excursión, actividad recreativa que no implica pernocta.
[2] El término “doble nacionalidad” es acuñado por Lorenzo González Casas en “El Hotel Ávila: la nacionalidad dual de un monumento”, publicado en Arquitectura Hoy, nº 350, suplemento del diario Economía Hoy (viernes 25 de agosto de 2000), 8-9.
[3] Robert Bottome a Nelson Rockefeller, 2 de marzo de 1940, Rockefeller Family Archives, III2C, Business Interests, citado en González Casas, “Modernity for import and export,” 68.
[4] El hotel sufre una ampliación en 1944, a cargo de Clifford Wendehack, Harrison, Fouilhoux & Abramovitz y Carlos Ordóñez; en 1945 su Salón Principal sería objeto de un redecoración y proyecto de “Casa Presidencial”, de Badgeley, Wood & Bradbury Arquitectos.
[5] El Departamento de Estado trabajará de la mano con el ámbito académico, específicamente el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y el Instituto Norteamericano de Arquitectos (AIA). Ver Jorge Villota Peña, “The Hyper Americans: Modern Architecture in Venezuela during the 1950s” (Disertación Doctoral, The University of Texas at Austin, 2014), 112-124.
[6] Lorenzo González Casas y Orlando Marín Castañeda (Investigación y Textos); Liliana Amundaraín (Asistente de Investigación), “Investigación Histórico-Arquitectónica”, en “Estudio y Diagnóstico del Hotel Tamanaco. Urbanización Las Mercedes-San Román, Caracas, Venezuela”, Luis Guillermo Marcano Radaelli (Coordinador General), agosto de 2015.
[7] Originalmente conocida como Holabird & Root, la firma había sido fundada en 1927 por John A. Holabird y John W. Root hijo (descendientes de William Holabird y John Wellborn Root, renombrados arquitectos de la Escuela de Chicago). Tras la incorporación de Joseph Burgee como socio en 1948, la firma cambia de nombre a Holabird, Root & Burgee, hasta 1957.
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Fuentes de las imágenes
Figura 1: fotografía cortesía de Creole Petroleum Corporation. Nattie Lee Benson Latin American Collection, University of Texas Libraries, The University of Texas at Austin.
Figura 2: http://railroad.lindahall.org/resources/what-was-what.html / Fotografía de Schael, en El Cojo Ilustrado, VII (149), 1 de marzo de 1898, 235.
Figura 3: Elaboración propia / Luis Ibarra ©ArchivoFotografíaUrbana / Mónica Silva, “De Guzmania a El Paraíso”, Boletín del CIHE 29, Marzo de 1965, 67.
Figura 4: http://piperhoudini.com/wp-content/uploads/2014/12/Coney-Island-Image1.jpg / Fotografía de “Torito”, publicada en Clara Posani, Apenas ayer… 20 años de fotografías de Luis F. Toro (Caracas: Fundación Neumann, 1972), 25 y 26.
Figura 5: Venezuela Up-to-date, junio de 1950 / Fotografía de Jorge Villota Peña / Architectural Record, junio de 1956, 160.
Figura 6: El Universal, 2 de marzo de 1952, 27 / El Universal, 2 de marzo de 1952, 8 / Venezuela Up-to-date, enero de 1951.
Figura 7: Architectural Forum, enero de 1955, 111 / “South of the Border”, Texas Architects, diciembre de 1959, 10 / Venezuela Up-to-date, septiembre de 1954, 11.
Figura 8: Integral 10-11, 1958 / Fotografía de Victoriano de los Ríos, ca. 1954.
Figura 9: Portafolio Caracas Country Club ©ArchivoFotografíaUrbana / Tito Caula ©ArchivoFotografíaUrbana / http://baseballhall.org/discover/salas-latin-american-legacy
Figura 10: José Humberto Cárdenas ©ArchivoFotografíaUrbana / http://elucabista.com/wp-content/uploads/2016/03/CVA75_Afiche_UCAB_Monteavila.jpg / http://perdidosenelarchivo.com/index.php/2017/04/03/el-poliedro-de-caracas-en-retrospectiva/